La cocina es mi rincón preferido; el alma y el calor de mi hogar. No importa si mi vida o mis circunstancias han cambiado. Alrededor de mi mesa con sus platos hondos y llanos estarán mis seres queridos y con ellos mi corazón. Una buena cocina está llena de amor. Lo que sé, me lo enseñó alguien que amó mucho y amó bien. Un hombre esencialmente bueno que cocinaba de maravilla, mi padre. Por él, por mis hijos y por esos otros amores que llenan mi día a día, vivo y cocino.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

UN PEQUEÑO HOMENAJE

Ayer repasé mis blogs favoritos. Es una rutina que hago casi a diario. Me encanta ver las nuevas entradas. No solo hablamos de cocina y recetas, hablamos de muchas cosas, de nuestras cosas y así, poco a poco, conoces un poquito más el alma que se esconde detrás de cada uno.
Uno de ellos es el blog de Trotamundos y descubrí que está pasando por un momento muy amargo. Este es un pequeño homenaje para ella y para Ciro, su perro.
Desde que Kira llegó a casa, mi concepto y comportamiento con los animales ha cambiado totalmente. No puedo imaginar que pasará cuando ella tenga que partir y, la verdad, prefiero no pensarlo.
Ahora hay una compañera que necesita un gran abrazo y esta es mi forma de abrazarla y decirla que Ciro sigue y seguirá siempre a su lado. Es lo que pasa con los seres que se ganan nuestro amor y a los que entregamos un trocito de nuestro corazón. 
Hace tiempo escribí un relato corto. Era un pequeño trabajo para un curso de escritura que, al final, no llegué a realizar. Empecé a escribir y sin pensar, el relato se convirtió en una pequeña historia sobre Kira, mi perra. Una anécdota durante un paseo, una de tantas.

No sé ni como me siento en este preciso momento.
Me recuesto, cansinamente, sobre la pared de piedra tosca, recia, fría y miro a través del cristal.
Frente a mí, cruzando la carretera, se extiende un pequeño prado al pie de una suave línea de colinas. El verde es oscuro, apagado, profundo. Las casas de piedra y madera son grises, viejas, desvencijadas. Puedo añadir unas cuantas vacas oscuras y quietas. La bruma baja despacio, con pereza y va recubriendo cada esquina, cada hueco, con su aliento de plata. En el cielo hay nubes plomizas, otras más blancas parecen de encaje y otras, de color cobre intenso, dan miedo. Ahora no llueve.
Sigo mirando y observo como oscurece despacio.
Sigo mirando, pero ya no veo nada. Estoy lejos, muy lejos. Miro más allá de la línea del paisaje sombrío. Estoy en otro lugar.
Paseo a mi perra que corretea como loca a mí alrededor. Ahora coge una piña, ahora es un palo, ahora intenta meterse en las zarzas, ahora no sé donde se ha metido.
- ¡Kira!- grito perpleja.- ¡Kira!
La busco con la mirada, no me muevo del sitio, intento no ponerme nerviosa, pero no la veo.
- Demonio de bicho ¿Dónde se habrá metido?- silbo. Es penoso oírme silbar porque, realmente, no sé, pero yo sigo. Ella ya conoce esa especie de pitido afónico.
¿Qué es esa mancha marrón rojiza, que se acerca a toda prisa por el fondo del pinar? Mi cuatro patas preferida, viene a galope tendido. Me da miedo, viene con tanta fuerza que si se le ocurre subirse del impulso, acabaremos las dos en el suelo. La esquivo y ella derrapa, levantando una cortina de polvo y agujas de pino. Mueve su rabito a cien por hora y me mira con su carita dulce y sus ojitos tiernos.
- Ya estoy aquí; no me había ido tan lejos.- me dicen sus ojos y yo me doy la vuelta y sigo andando despacio. Se sitúa a mi lado y ya no se aleja. Mi mirada no ha sido lo que ella esperaba y no se atreve a dejarme sola. Seguimos por el camino. Llevamos muy poco trecho; las piedras y la tierra, removida por la lluvia, entorpecen la marcha. Mi acompañante se queda quieta y noto como se le eriza el lomo. Me pongo tensa. Fijo la vista y oteo el panorama. A la entrada del camino hay un chico joven con un perro grande, muy grande.
- Kira, ¡estate quieta!- intento enganchar la correa en el collar, pero no lo consigo y ella no para de moverse. Se me escapa y se dirige, como una flecha, hacia el otro perro.
En esos momentos adopta un porte señorial y un poco chulesco. Levanta la cabeza y el torso, de tal manera, que parece dos veces más grande. Bien plantada y muy quieta, mira a su oponente con el rabo siempre arriba y dicen, que eso, es mala señal.
- Tranquila, Rosalía. Si te pones nerviosa es peor.- Me voy acercando despacio. Ya solo me queda un palmo…
-¡Lía! Nos vamos, ¿no vienes?
Me sobresalto. Mis ojos enfocan la completa oscuridad del exterior. No hay luna ni estrellas y el cristal está empañado por la humedad y mi aliento. Fuera debe hacer frío. Me enderezo con pereza y sin muchas ganas.
- ¡Ya voy!
A oscuras es difícil salir de la habitación. Tengo que deslizar con cuidado los pies por el suelo. No quiero darme un golpe con el borde de la cama. Un poco más allá está la pared del cuarto de baño. Extiendo los brazos y toco con los dedos la aspereza del cemento. Un poquito más. Aquí está  el manillar de la puerta, empujo hacia abajo y tiro. La claridad me deslumbra. Me echo hacía atrás. La chimenea está encendida y la luz de las llamas le da a la habitación un color anaranjado y cálido, hogareño.
Ahora sé lo que siento; la echo de menos. Solo ha sido por un fin de semana, pero la echo de menos.